sábado, julio 01, 2006

Yo, ayudo a morir…

Mujeres que con vocación, esfuerzo y cariño entregan cuidados a enfermos terminales. A continuación un esbozo de la manera en que llevan sus vidas, desarrollan su trabajo y manejan sus sentimientos
.


Paulina está cansada, se le nota en su cara, sus ojos y su postura la delatan, pero su sonrisa y su calidez parecen inagotables. Ella trabaja hace 40 años como enfermera. Juanita al contrario despertó hace un par de horas y descansó lo suficiente para que el trabajo no la consuma, ella es enfermera hace 28 años. María Isabel es muy expresiva y se nota que es muy activa, asegura
que nunca se saca sus zapatillas y menos su delantal: “Hay que estar siempre lista”, dice ella con mucho entusiasmo. Hace 34 años que trabaja y admite que aunque muchas veces es complicado, su vocación hace todo más fácil.
Su labor es admirable, pero en ellas lo valioso se manifiesta debido a que las tres optaron por atender “a domicilio”, como lo designa María Isabel, visitando a sus pacientes regularmente para otorgarles una mejor y más individualizada atención a sus pacientes para entregarles todo lo que esté a su alcance en una de las etapas más difíciles de la vida. Donde el cuidado, la compañía y el apoyo cumplen un rol fundamental.
Cada una disfruta su trabajo de una manera diferente: a Juanita le gusta darle amor a los ancianos y trabajar con ellos porque le fascina como dice ella “el hecho de que vuelven a ser niños” y hay que entregarles mayor o igual cuidado que a ellos. Además muchas veces sus familias los olvidan, lo que resulta incomprensible para ella. A Paulina le gusta “lo social” y afirma que prefiere trabajar con hombres por un tema de adaptación “prefiero a los hombres, estoy acostumbrada a compartir más con ellos desde que era chica, aparte cuando se puede conversar los temas son mas variados y la relación que se establece es mucho más lúdica”. María Isabel considera que su trabajo le da vida, lo que resulta paradójico pues es la vida lo que hace falta. María necesita entregar amor y hacer feliz: “aunque sea con detalles, son los detalles lo que hacen la diferencia” dice ella y asegura que no puede ignorar su condición innata de hacerlo y menos desaprovecharla. Las tres coinciden en que lo esencial es ayudar a que sus pacientes mueran tranquilos y en paz.
A pesar de dedicarle muchas horas a su trabajo, también deben preocuparse de sus familias y mantener sus hogares. Trabajan en promedio un total de doce horas, aunque la carga horaria varía según la condición del enfermo, sus cuidados y tratamientos especiales. Usualmente duermen durante el día y trabajan durante la noche, a lo que Paulina agrega: “Nunca puedo dormir tranquila, tengo que estar siempre pendiente de escuchar el celular por si me necesitan”. Sus familias reconocen y valoran su trabajo; entienden lo gratificante que resulta para ellas ayudar a los que lo necesitan y saben sacar buen provecho del tiempo que comparten juntos.

Conocer como prefieren sentarse y acomodarse, que les gusta comer, que oraciones les gusta rezar
-si es que rezan- o que libros prefieren que les lean, son algunos de los detalles que deben manejar de sus pacientes para generar mayor confianza, comodidad y entusiasmo. Tener una buena relación con la persona es clave para poder ayudarlo de la mejor manera posible. A veces asisten a pacientes muy agresivos y violentos lo que acarrea una preocupación mayor y las desmotiva, al igual que el trato de los familiares. Cuenta Juanita que muchas veces los familiares, se ponen celosos y se entiende, porque al pasar más tiempo con ellos, les entregan mayor seguridad y comienzan a depender de los servicios de ellas. Las familias tienden a reaccionar, a retraerse y a tratarlas mal; no les dan comida ni un lugar cómodo para descansar –cuando pueden-.
Gran parte del tiempo su labor radica en sentarse al lado de la persona mientras agoniza y a través de rezos y palabras la ayudan a dejar su cuerpo. Saben de memoria, las etapas y las sensaciones que la persona experimenta. El cuerpo comienza a paralizarse desde los pies, se enfría, se apaga, lentamente, hasta llegar al corazón. A veces su trabajo es rápido y en cuestión de horas la persona deja el cuerpo pero otras el miedo a partir es tan fuerte que deben pasar varios días esperando, hasta que finalmente llega su hora. Y eso es lo que choca agrega Paulina, ser testigos de la evolución de la enfermedad, a nivel físico y psicológico hasta el punto de transformar sus vidas y las de sus familias.
Cuesta estar ahí, sentada, mirando como la vida se desvanece hasta apagarse, aparte es nuestra responsabilidad contarle a los familiares que está pasando destaca María Isabel. Preguntas como: ¿Cuánto falta? ¿Está sufriendo mucho? ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué más podemos hacer? Son recurrentes en las familias que deben enfrentarse día a día a la agonizante espera que resulta casi imposible tolerar y menos ignorar.

El problema del dolor


Hay gente que se niega a morir, que tiene muchas cosas pendientes, inconclusas y lucha hasta el final, otras no paran de hablar; se desahogan y reconcilian con los demás y a veces con ellos mismos, para María Isabel el buen morir es cuando “te entregas, te reconcilias y perdonas a ti mismo, así te vas tranquilo”. Paulina agrega que también hay gente “mala”, resentida, egoísta y que si se es sensible, se logra sentir lo negativo, si se es débil se asume y si se es fuerte se supera.
Lo fuerte, asegura Juanita es cuando se encariñan mucho con una persona y se crean lazos, a ella le sucede a menudo. Admite que por un lado es bueno; “entregarle mi cariño y que sea recíproco me llena, porque eso es lo que ocurre, el afecto que se intercambia, me llena por completo”, por otro lado se sufre mucho, piensa en su familia, en ella y se pregunta como será cuando llegue su momento. No obstante a estas alturas ya sabe como manejar la pena.
Para Paulina es relativo ayudar a morir o ayudar a vivir, “te están pagando, uno está haciendo lo que tiene que hacer”, a veces se enfrenta a una lucha moral, el cansancio juega en contra, siempre se siente muy comprometida con el paciente, se exige mucho y eso le complica. Siente que no puede rendir bien y cuando esto ocurre, encuentra el apoyo que necesita en su hijo y en su religión. Paulina es evangélica y sabe que sufrir es parte de la vida. Lo comprobó con ella cuando le diagnosticaron cáncer y con su hijo. Su vida cambió, se dio cuenta que todo tiene un objetivo, un propósito y que al final todos llegamos a lo mismo, sólo que por distintos medios. Hoy su cáncer se encuentra detenido y lo más impactante aún es que su hijo de 24, que nació con un tumor cerebral, nunca lo desarrolló y lleva una vida completamente normal.
María Isabel, como ex religiosa, asegura que la vida interior es clave, debe ser profunda, fuerte sino “la tristeza y la angustia te terminan manejando en vez de tu a ellas”. Para poder tener un contacto físico con los pacientes (porque no se puede tocar a todo el mundo) hay que estar muy puro y sereno, lo que se logra con disciplina, ejercicio, oración y meditación. Hay que tener claro que también es importante comunicarse y relacionarse bien con las familias, para explicarles todo lo que ocurre y ayudarlos a superar la perdida. “Los que se quedan sufren por los que se van, siempre les digo a los familiares que ahora su ser querido al fin está descansando y hay que estar felices por eso”.

A veces cuesta mucho subir el ánimo de los enfermos, muchos caen en profundas depresiones y cuesta tratar con ellos. A medida que los días pasan y conviven junto a ellos, prueban distintas cosas para ayudarles a estar felices, controlar la pena y el dolor. Con la experiencia que las tres tienen les resulta fácil adaptarse y aprender que los alegra y que no. Juanita prefiere disfrazarse, muchas veces lo hace de payaso, asegura que es una buena herramienta. María Isabel prefiere leer cuentos y cantar. Paulina reza con ellos, le gusta mucho la música, lo que le ayuda a compartir con muchos de sus pacientes y a relajarse.

El Cáncer, el SIDA, la Insuficiencia Renal Crónica, la hepatitis viral fulminante y otras, son algunas de las enfermedades con las que deben convivir miles de personas, ojalá todos pudieran contar con la ayuda de una Paulina, una Juanita o una María Isabel para enfrentar, aceptar y aprender a llevar con alegría, paciencia y amor incondicional esta etapa de la vida que para algunos es un principio y para otros un final.


Siento que a veces no tengo desarrollada la capacidad para contar los acontecimientos que me suceden como yo quiero, como para “publicarlos”. Muchas veces prefiero escribirlos en un cuaderno…y ahí quedan. Como cuando tengo muchas ganas de hablar con alguien y tampoco puedo, cosa que no me ocurre muy seguido; pero cuando ocurre los escribo también… en formato carta, a veces se lo leo a la persona… y otras lo guardo. Lo mejor viene cuando lo vuelvo leer y me rio de mi misma.


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