martes, abril 25, 2006


"Encuentro y reencuentro"
A veces me suben al cielo, a veces me bajan a la tierra


Mi Semana Santa prometía ser como las pasadas. Compartiendo en familia, comiendo mariscos, descansando y haciendo uno que otro trabajo o deber para la Universidad (antes, colegio); pero, ocurrió un hecho que produjo que me concentrara en otro tipo de cosas, en especial, mi espiritualidad.
El jueves Santo, tuve clases como de costumbre y estaba agotada. Había dormido sólo cuatro horas terminando un trabajo. No sé por qué, pero resultó que el día jueves los profesores se mostraban mucho más gentiles y relajados a diferencia de otros días. Quizás por el estado climático, o simplemente porque mi día estaba destinado a ser diferente.
Ése día llegué a mi casa como a las cuatro, obviamente llegué a dormir. Desperté como a las siete y llamé a algunos amigos para hacer algo en mi casa. Llegaron varios, estuvimos un rato en mi casa, pero nos aburrimos y nos fuimos a un bar.
Luego de un par horas de fumar, tomar unos tragos y mucho dialogar, decidimos cambiarnos de localidad. Estábamos pagando la cuenta cuando escuchamos un ruido, muy fuerte en la calle, supusimos que era un choque y salimos a mirar.
Habían chocado dos autos; heridos, vidrios y restos de auto desparramados por Vitacura eran el resultado de tal accidente. Luego del impacto, uno de los heridos se bajó del auto y se recostó sobre el frío pavimento; nervioso, quejumbroso y asustado. Su nombre era Alejandro Suárez, trabajaba en una agencia de Publicidad, tenía 24 años, vivía en Gran Avenida, no tenía seguro e iba de copiloto en uno de los autos. En menos de cinco minutos se llenó de gente alrededor del accidente; paramédicos, carabineros, estudiantes de medicina, kinesiología y arquitectura desfilaban ante mis ojos y los de Alejandro. Sentí que de alguna u otra manera aquel perfecto desconocido, me necesitaba a mí, me agarraba la mano y me suplicaba que no lo dejara solo.
-Me duele el pecho, me cuesta respirar- repetía Alejandro.
-Tranquilo Alejandro, vas a estar bien, mi amigo ya llamó a la ambulancia, debe estar por llegar, concéntrate en respirar y no cierres los ojos- fueron ésas mis palabras.

Yo también sentía miedo, no sabía si estaba bien lo que yo le decía a Alejandro, pero de pronto las palabras surgían con el único fin de tranquilizarlo y evitar que pasara lo peor. En cuestión de minutos me invadió la angustia, sentí ganas de llorar, reflexioné sobre la fragilidad de la vida, recé por Alejandro y di gracias por encontrarme sana. Pensé que todo pasa por algo y que Dios o el destino, quisieron que yo estuviera ahí en ese instante.
Alejandro no cesaba de temblar, instintivamente me saqué mi abrigo y se lo puse a él. –Gracias, de verdad te has pasado- dijo Alejandro, esforzándose por emitir cada una de las palabras que pronunciaba. Lo miré con ojos vidriosos y le dije- Es lo mínimo que puedo hacer y de acá no me muevo hasta que llegué la ambulancia-. Se produjo un silencio, pero no fue incómodo, para nada. Alejandro cerró los ojos y dijo- Yo tenía un presentimiento, sentía que algo malo iba a pasar- Al escuchar esas palabras no supe como reaccionar, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, le dije que no pensara en eso, no servía de nada, le pedí que se olvidara del dolor, que se imaginara otra cosa o que simplemente me hablara para distraerse. Luego sonreí y Alejandro volvió a descansar sus ojos.
Al llegar la ambulancia, Alejandro se encontraba muy tranquilo, dejó que lo inmovilizaran y lo subieran a la camilla. Antes de que se lo llevaran dio las gracias a los demás que estuvieron cerca de él y luego me miró por última vez y me dijo: -Gracias y sobre todo a ti-. Me sentí inmensamente feliz, sentí que por primera vez en mucho tiempo había hecho algo realmente bueno por alguien, quizás fue parte de la magia que trae consigo la semana santa, quizás fue una instancia que me regalo Dios para apreciar mi vida y apreciarlo a él, que últimamente lo tenía bastante abandonado.
El resto del fin de semana aconteció con tranquilidad, estuve con mi familia, fui a misa, comí chocolates y descansé bastante. Logré comunicarme con mi “yo interno” y todo gracias a Alejandro y la fuerte experiencia que viví junto a él, me gustaría saber como se recuperó y ojalá que algún día pueda hacerle saber todo lo que significó para mí haberlo acompañado esa noche.



DESCRIPCIÓN

Lunes: Cansada, somnolienta y desmotivada, intentando sobrevivir a la vida universitaria ( junto con el carrete), sin querer se despliega una gama de sonrisas y colores.

Un atractivo y alto personaje, se sienta junto a mí, jugando con su cabellera, clara, larga y lisa, su chasquilla; corta, cae de costado sobre su adictivo y delicado rostro. Sus ojos son del mismo color del café que toma, capuchino-vainilla, el que más le gusta. Su mirada denuncia alegría al igual que desaliento. Me contó que venía de una prueba, bastante difícil y estresante, por eso necesitaba su café y un abrazo.

Nos conocimos hace bastante tiempo, desde el colegio y tuvimos la suerte de entrar juntas a la misma Universidad y a la misma carrera. También, de estar juntas en casi todos los ramos. Sé que cuando se estresa se vuelve intolerante, caundo se enoja frunce el ceño e intensifica su tono de voz, suave y sutil, puede llegar a ser desagradable y ofensivo; pero, rara vez sube el tono conmigo, porque ella también me conoce y sabe como soy cuando me enojo.

Debido a que no le gusta llamar mucho la atención, se viste de manera sobria, lo que refleja en gran parte su personalidad, un tanto tímida al principio, interesante y con tintes de coquetería por defecto, que se dan a conocer de manera natural y metódica, tal como ella es.

-Vos al tablero- le dijo Alejandro. Al principio se negó pero luego accedió, dócil y resignada, me miró, con una expresión de sorpresa y me pidió si acaso podía ir yo en lugar de ella, le dije que no, obvio. Se paró, miró hacia atrás, tomó el libro y comenzó a escribir. Su letra, un tanto pequeña se esbozó en el tablero. Al terminar, sonrió y se sentó con aquella naturalidad y femeneidad que la caracteriza.

Su olor, ya lo conozco, Flower by Kenzo, combinado con olor de manzanilla de su pelo recién lavado (porque se lo lava todos los días). Sus labios brillan, sus pómulos proyectan luz, ésa luz que la invade, envuelve y atrae a todo tipo de público, produce expectación, aplausos, ovaciones y muchas veces, con su simpleza y simpatía logra llenar estadios.


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